
DIALOGANDO CON AMOR
“Al salir por la puerta hacia mi libertad supe que, si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero.” – Nelson Mandela
En pleno siglo XXI la humanidad sigue sumida en múltiples conflictos armados, la mayoría de los cuales se concretan en lo local. En estos tiempos sería impensable una gran guerra mundial, pues la destrucción de todo el planeta sería inminente. Sin embargo, nos enfrentamos a una red de pequeños conflictos, los cuales son igualmente brutales y sangrientos, se disputan en las calles y plazas de cientos de ciudades, y tiene tentáculos en todas partes del mundo. El punto más caliente del mundo es el Medio Oriente, pero ninguna región del mundo está exenta de violencia.
En nuestra bella América Latina muchos son los territorios en los cuales la confrontación armada sigue tomando vidas, y destrozando sociedades. La bella Colombia no logra concretar la Paz, la hermana México sigue desangrándose en una violencia diaria sin sentido, que no perdona vidas de periodistas, estudiantes universitarios, normalistas, y tantas pero tantas mujeres. En Brasil la corrupción sistémica produce desconfianza, genera violencia, y el gobierno tambalea. La delincuencia común campea, los asesinatos, homicidios, y femicidios son una plaga mundial. La violencia doméstica, inclusive en contra de niñas y niños, parecería no dar tregua.
En tiempos oscuros y confusos, sobresalen aquellos seres que actúan de manera diversa, y que rompen paradigmas. Pensemos en Mandela, quien estuvo 27 años encerrado en prisión, que sufrió vejaciones de todo tipo, y quien al salir de prisión pudo llevar a su país a un proceso de reconciliación, siendo el primer presidente negro de Sudáfrica. Todos quienes seguimos de cerca su historia, desde los tiempos en que su nombre aparecía en la lista de los terroristas más buscados, hasta que se convirtió en un héroe para su país, y el mundo entero, nos sorprendimos al constatar que Mandela no se vengó de sus enemigos, no persiguió a quienes lo persiguieron, torturaron y encarcelaron. Todo lo contrario, tendió puentes, dialogó con sus «enemigos», construyó confianza, pudo gobernar un país antes convulsionado.
Todos y cada uno de nosotros nos enfrentamos a situaciones complejas, a antagonismos con quienes nos rodean, y a multiplicidad de conflictos en diferentes espacios; nuestros hogares, centros de estudios, lugares de trabajo, y los espacios públicos (incluyendo las famosas redes sociales).
Si es que logramos despojarnos de las vendas en nuestros ojos, de las heridas en nuestro corazón, y de los resentimientos que nos anclan al pasado, podremos construir sociedades en donde el diálogo sea la regla, y no la excepción. Seres iluminados como Mandela, Ghandi, o la Madre Teresa existen pocos en el mundo, pero cada uno de nosotros podemos inspirarnos en ellos, y convertirnos en agentes de cambio. Estoy segura que ninguna persona, en su sano juicio, quiere vivir en un pleito constante.
Para ello, debemos poner de nuestra parte, muchas veces tragarnos nuestro orgullo, mirarnos en el otro, deponer actitudes violentas, y extender nuestras manos en una auténtica actitud conciliadora, que nos permita acercarnos, comprendernos, y construir lazos de confianza mutua. Y todo esto comienza por el lenguaje. Somos las palabras que usamos. Desterremos el lenguaje negativo, y las descalificaciones, y demos la bienvenida a palabras y frases amables, y amorosas, tales como “buenos días”, “gracias”, “en qué te puedo servir”, “perdón”, “trabajemos juntos”, “construyamos procesos”, “abramos caminos”, etc.
Seamos el cambio que queremos ver en el mundo, tal como dijo Ghandi.